BARTOLOMÉ LOPEZ, DE
MANZANILLA.
La
comarca del Condado de Huelva también aportó muchas personas a nuestro
encuentro con el Nuevo Mundo, muchos aún siendo de nuestra provincia han
quedado incluidos como de Sevilla, ya que al estar la Casa de Contratación en
aquella ciudad, aprovechando la vivienda de un familiar o por otro medio,
declaraban ser de aquella población con lo que a veces se aceleraban los
tramites y se adelantaba la salida.
Del
Condado era Bartolomé López, natural de Manzanilla, vecino de la jurisdicción
de Guanajuato, hijo legitimo de Alonso Guillén y Ana Torres. En su testamento,
de septiembre de 1628, pidió que a su
muerte le dieran sepultura en la iglesia del valle de Silao, en Nueva España,
con misa cantada y ofrendas de pan, vino y cera, Posteriormente se oficiarían
misas y novenarios por su alma. También donaba 100 pesos a Isabel Maldonado y
otros 100 a Aldonza Guzmán. En casa de Aldonza vivía una española llamada Juana
a quien dejó 40 pesos para que se comprara ropa. En Apasco, dejaba 200 para su
prima Ana Franco, la esposa de Blas Sánchez Pichardo y 50 para cada una de sus
hijas. A Manzanilla enviaba 500 pesos para sus hermanas Juana Franco y Ana de
Torres, que según sus noticias estaban casadas y eran pobres, 100 para la viuda
de Alvarado y sus dos hijas.
Como
era un hombre al que los negocios que tenía por aquellas tierras le fueron
bien, tenía en su poder algunos objetos que recibía como garantía de préstamos,
como: un cintillo de oro del Licenciado de Guanajuato Agustín Márquez, otro de
45 esmeraldas de la mujer de Martín Montes y dos anillos de oro del ensayador
de minas, Diego López del Campo. Estos objetos pedía en su testamento que se
entregaran a sus propietarios cuando saldaran las deudas por las que lo había
recibido en prenda.
Declaraba como bienes, un mulato criollo llamado Juan,
natural de Nueva Galicia y dos negros procedentes de Angola, llamados Francisco
y Miguel, a los que se concedería libertad el día de su muerte, con la
obligación para Miguel de acompañar durante dos años a sus albaceas para
indicarles quienes eran sus deudores, a los que conocía muy bien.
Nombraba
como albaceas testamentarios a Francisco de la Puerta y Juan de Anguiano.
Ángel
Custodio Rebollo.
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