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sábado, 12 de octubre de 2013

… Y LLEGARON LOS VIKINGOS.

Hubo un tiempo, que no sabemos si era porque estaba de moda o porque sus personajes necesitaban de ello, los vikingos se extendieron por toda la Europa Atlántica e incluso Mediterránea. Llegaron a través del Sena a París y repartieron mamporros, secuestros, quemaron las chozas (entonces había pocas casas) y hasta dieron cuenta de muchas jovencitas, porque para ellos no había ley de violencia de genero.
Siguieron desde Paris, cuando se cansaron de hacer pillerías, y por el Cantábrico hasta Asturias, norte de Galicia y entraron en Portugal., llegando a Lisboa y después bordeando la Península Ibérica, alcanzaron a la costa de Huelva alrededor del año 840 y aquí también hicieron de las suyas, porque donde no encontraban algo que rapiñar, se dedicaban a violar mujeres y prueba de ello es que hay pueblos costeros de nuestra provincia, donde aún hoy, encontramos personas con acentuados rasgos de raza nórdica, (rubios, ojos azules, rostros menos redondeados, etc.), aunque han pasado varias generaciones.
Su destino era Sevilla, donde estuvieron poco más de una semana, pero repartieron mamporros, hundieron barcos, quemaron de todo, se llevaron toda la comida almacenada y su objetivo final era llegar a Córdoba.
Abderraman II, cuando vio la que se le venía encima, movilizó a todas las tropas disponibles y las envió a Sevilla, y fue en la zona que después ocupó el aeródromo de Tablada, donde hicieron frente a los normandos y les aplicaron un severísimo correctivo, donde hubo de todo y además muertos.
Como les zumbaron de lo lindo, lo pensaron mejor y dijeron, “vámonos”, pero en su mente quedó asentada lo que  habían encontrado en Andalucía (sol, alegría, riqueza agrícola y mujeres guapas) y volvieron unos doce años después, pero ya los árabes estaban preparados y habían construido fortalezas en las desembocaduras de los ríos, los llamados “ribat”, entre ellas, “La Rábida”, en el río Tinto de Huelva, y se defendieron muy bien y con efectividad.
Lo grande es que muchos no supieron nunca quienes fueron los visitantes, porque no tenían cuernos en el gorro, ni los barcos estaban matriculados, ni entendían la lengua en la que hablaban los invasores. Eso sí, eran altos y rubios, aunque con muy mala leche.

                                 Ángel  Custodio Rebollo

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