BIENES DE DIFUNTOS
Cuando
fallecía alguno de los que emigraron a América en la época colonial y para
solucionar el problema que significaba el tener que hacer llegar a sus
familiares los bienes que poseían, se creo una formula que resultó muy
satisfactoria y fue la denominada de los autos de los bienes de difuntos.
Al
fallecer alguien que residía en el Nuevo Mundo, se iniciaba el expediente en el
Juzgado de Indias y los bienes que poseía el finado se vendían en aquellas
tierras en publica subasta, y el dinero resultante de la venta de los bienes y
pertenencias del fallecido, una vez descontados los gastos ocasionados incluido
los del enterramiento, se procedía a enviar el liquido resultante a la Casa de Contratación y ésta
efectuaba los trámites para entregarlos a los familiares del fallecido o en su
caso, a los beneficiarios del legado, si existía testamento.
Ese
era, a grandes rasgos, el sistema que se utilizó y como muchos de los que allí fueron, dejaron
sus bienes para su familia, su pueblo o su alma, pues muchos destinaban cifras
importantes a misas y capellanías para su salvación eterna.
El
licenciado Diego Rodríguez de Estrada era un clérigo nacido en San Juan del
Puerto, en la provincia de Huelva, que falleció en México y en su deseo que el
pueblo que le vio nacer progresara culturalmente, legó sus bienes para que se
fundara una cátedra de gramática y se enseñara gratuitamente a los naturales de San Juan.
Al
morir el licenciado, los bienes quedaron depositados en poder del Obispo de
Guatemala Don Bartolomé González Soltero. Después de los trámites
reglamentarios llegaron a Sevilla en julio de 1654 procedentes de Nueva España,
y tras un pleito con Hacienda, el 21 de octubre de 1680 los 894.000 maravedíes
de plata pasaron a poder del Cura Párroco de San Juan y patrono de la Cátedra , Jerónimo
Contreras.
En
1681 los hijos de esta villa iniciaron los estudios gratuitamente, instalándose
la voluntad del difunto e impartiéndose clases de gramática, incluida la lengua
latina y las cuatro reglas de aritmética. Todo ello vigilado por los sacerdotes
de San Juan del Puerto, con la colaboración de los Jesuitas del Convento de
Trigueros, que fue el deseo expresado por Diego Rodríguez de Quesada.
Ángel Custodio Rebollo
No hay comentarios:
Publicar un comentario