… Y LLEGARON LOS VIKINGOS.
Hubo un tiempo, que no sabemos si era
porque estaba de moda o porque sus personajes necesitaban de ello, los vikingos
se extendieron por toda la Europa Atlántica
e incluso Mediterránea. Llegaron a través del Sena a París y repartieron
mamporros, secuestros, quemaron las chozas (entonces había pocas casas) y hasta
dieron cuenta de muchas jovencitas, porque para ellos no había ley de violencia
de genero.
Siguieron desde Paris, cuando se cansaron
de hacer pillerías, y por el Cantábrico hasta Asturias, norte de Galicia y
entraron en Portugal., llegando a Lisboa y después bordeando la Península Ibérica ,
alcanzaron a la costa de Huelva alrededor del año 840 y aquí también hicieron
de las suyas, porque donde no encontraban algo que rapiñar, se dedicaban a
violar mujeres y prueba de ello es que hay pueblos costeros de nuestra
provincia, donde aún hoy, encontramos personas con acentuados rasgos de raza
nórdica, (rubios, ojos azules, rostros menos redondeados, etc.), aunque han
pasado varias generaciones.
Su destino era Sevilla, donde estuvieron
poco más de una semana, pero repartieron mamporros, hundieron barcos, quemaron
de todo, se llevaron toda la comida almacenada y su objetivo final era llegar a
Córdoba.
Abderraman II, cuando vio la que se le venía
encima, movilizó a todas las tropas disponibles y las envió a Sevilla, y fue en
la zona que después ocupó el aeródromo de Tablada, donde hicieron frente a los
normandos y les aplicaron un severísimo correctivo, donde hubo de todo y además
muertos.
Como les zumbaron de lo lindo, lo pensaron
mejor y dijeron, “vámonos”, pero en su mente quedó asentada lo que habían encontrado en Andalucía (sol, alegría,
riqueza agrícola y mujeres guapas) y volvieron unos doce años después, pero ya
los árabes estaban preparados y habían construido fortalezas en las
desembocaduras de los ríos, los llamados “ribat”, entre ellas, “La Rábida ”, en el río Tinto de
Huelva, y se defendieron muy bien y con efectividad.
Lo grande es que muchos no supieron nunca
quienes fueron los visitantes, porque no tenían cuernos en el gorro, ni los
barcos estaban matriculados, ni entendían la lengua en la que hablaban los
invasores. Eso sí, eran altos y rubios, aunque con muy mala leche.
Ángel Custodio Rebollo
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